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Rodrigo Araya Dujisin

La burbuja puntogov

La burbuja puntogov Rodrigo Araya Dujisin

Luego de la explosión de la burbuja bursátil de las puntocom, entre 1999 y el 2000, las expectativas y pronósticos sobre el impacto de Internet en los negocios se han moderado. En este contexto, dos ideas sobrevivieron a los tiempos del crush puntocom. Primero, se aclaró que la influencia de Internet en la economía es mucho más radical y de largo plazo que la pasajera fiebre puntocom. Segundo que, si bien Internet saltó a la fama por su impacto en el mundo de los negocios, en los próximos años tendrá sus mayores repercusiones en las áreas social y política.

En la actualidad podemos observar una amplia gama de iniciativas y políticas orientadas hacia la informatización de los servicios que presta el Estado, así como para la ampliación de la infraestructura de acceso a las tecnologías de información. Como telón de fondo (o quizás de frente) escuchamos cotidiana y crecientemente grandes discursos sobre la importancia de la revolución tecnológica. La pregunta que surge es cómo llega esta corriente a los ciudadanos comunes y corrientes.

En el estudio “Internet en Chile: Oportunidad para la participación ciudadana” realizado en conjunto con Claudio Orrego y publicado recientemente por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, nos hicimos esta pregunta y bajamos el telón de los grandes discursos para ver qué pasa y cómo se vive esta revolución en la vida cotidiana.

Una de las conclusiones principales de este trabajo señala que existe una gran distancia entre la promesa del gobierno electrónico, entendido como la prestación de un servicio público por medios digitales, y la vivencia efectiva de aquellos que tienen el privilegio de acceder a la tecnología. No esta demás señalar que en Chile hay un 15% de la población que es usuaria de Internet y, por lo tanto, un 85% que escucha sobre esta revolución por la radio, televisión o por el eco que surge de los sonoros discursos públicos y privados. Si le bajamos el volúmen a la fiesta y escuchamos a un ciudadano común y corriente nos encontramos con un panorama preocupante.

A través de Juan Pérez, metáfora de cualquier ciudadano interesado en los asuntos públicos, irrumpimos en las pantallas de funcionarios de gobierno y diputados para ver el nivel de sensibilidad, apropiación y reciprocidad existente ante los requerimientos de un ciudadano. El nivel de respuestas fue muy bajo en las instituciones de gobierno, aunque hay que señalar que sucedió algo similar en organismos privados y de la sociedad civil. Esto puede llegar a ser muy importante, ya que si una empresa no es sensible a la voz de su cliente, es muy probable que lo pierda. Si una organización de la sociedad civil no toma en cuenta a quienes representa, pierde credibilidad y si una institución de gobierno no pone atención a sus usuarios, se debilita la confianza en las instituciones.

El caso más curioso fue con los diputados, ya que los mensajes de Juan Pérez fueron enviados cinco meses ante de las elecciones parlamentarias. Todos sabemos que en períodos de campaña electoral los diputados recorren hasta el último rincón de su distrito, hacen puerta a puerta, van a la radio, a la televisión, a la junta de vecinos y a cuánto lugar público que les permita escuchar y ser escuchados por la gente. Para sorpresa de Juan Pérez hubo 111 diputados (de 120) que no le respondieron a su mensaje. Por lo demás el mensaje de Juan Pérez no era para pedirles camisetas para el club del barrio. El e-mail solicitaba respetuosamente al diputado (en ejercicio y en campaña) que le diera cuenta de su gestión y le señalara sus prioridades para votar en el parlamento hasta fin de año, de manera de que esa información le permitiera decidir por quien votar en diciembre.

La “bancada digital” resultó ser bastante transversal, puesto que la componen nueve diputados de los principales partidos del parlamento: 2 DC, 2 UDI, 2 PS, 2 PPD, 1 RN quienes se dieron el trabajo (o han instruido a sus asistentes) de responder los requerimientos y consultas de quienes representan.

En estos tiempos en que se habla de la indiferencia de los jóvenes con la política hay que pasarles el siguiente dato a los diputados: casi el 70% de los usuarios de Internet tienen menos de 30 años y, probablemente muchos de ellos, son parte de los dos millones que no están inscritos en los registros electorales, que casi en un 70% también son jóvenes. Sería un bonito desafío seducirlos en sus propios términos, en su cancha, en sus propias pantallas invitarlos a construir un país mejor.

En ese sentido, esta revolución tecnológica puede, si se dan determinadas condiciones, ser un catalizador del capital social que es tan importante para el desarrollo económico y el desarrollo humano en nuestro país. El desafío es darle sentido social y ciudadano a la tecnología y así evitar los riesgos de construir una burbuja puntogov, sin contenidos relevantes para los ciudadanos, que termine como su prima puntocom que fue la más linda de la fiesta hasta que prendieron la luz.

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