Puntogov se vuelve Ciberpunk
Este es un excelente documento que sintoniza con muchas convesaciones, con muchas personas, en muchos rincones de la red. Para disfrutar, reflexionar y actuar.
Documento Larnaka, ponencia identidad para la Asamblea Ciberpunk 2005
De la caída del Muro al 11M: 15 años de ciberpunk español
1989, en los días de la caída del Muro, Berlín es el centro del mundo. Un gran sumidero por que el que desaparecerán bajo los cascotes 40 años de Guerra Fría, símbolos y miseria. A poca distancia del Muro, en las zonas alternativas de aquel cogollito bullente, teníamos nuestra primera conexión a Internet. Disfrutábamos por primera vez la sensación de las redes, esa nueva libertad que convertía en real aquellos juegos de rol de los que éramos practicantes habituales. Redes de personas, (los ordenadores en Internet son herramientas no sujetos), que no respetaban aquellas rígidas fronteras físicas, ideológicas y sociales que a pocos metros de nosotros caían a pedazos. Ninguna ideología tradicional había predicho aquello, nada lo explicaba. Había que vaciar la biblioteca y comenzar de cero. Buscar nuevos referentes que valieran en cualquier parte del mundo, que reconocieran sus propias limitaciones para entenderlo. Lo único entonces, que se acercaba siquiera a retratar el nuevo mundo que se estaba formando era una nueva literatura que venía del otro lado del Atlántico: el ciberpunk. Ciencia ficción que retrataba aquel mundo a medio cocer que se formaba ante nuestros ojos y en el que el futuro, los futuros en los que nos habían educado la mirada, desde el socialismo a la guerra nuclear quedaban atrás como trastos viejos.
Cultura de masas vs cultura documental
Si la alta cultura, la buena, aquella en la que nos habían educado y habíamos estudiado con devoción de estudiante de madrasa, no se había enterado de por dónde iba el aire, lo primero que teníamos que hacer era entender por qué. La música, el teatro, la novela que entonces veíamos como gran cultura no tenían una influencia real en el consumo o la cotidianidad del mundo desde principios de siglo. Era un territorio de críticos y élites que compraban con la obra la pertenencia a un grupo de prestigio. En artes plásticas, seguramente las más avanzadas en este proceso de separación de la realidad, los críticos y los mercados valoraban las obras no como objetos de consumo que reportaran más o menos placer, sino por su futura influencia sobre las futuras vanguardias, es decir, como documentos de una evolución artística que no tenía nada que ver con la evolución real del mundo. El mercado plástico se había convertido en un mercado de futuros sobre antigüedades y al hacerlo había convertido en antigüedades prematuras a todas sus creaciones. Todo el pensamiento ligado a esas formas artísticas, toda la gran cultura europea no podía servir para entender algo diferente a su propio aislamiento. ¿Dónde mirar?
La alternativa era obvia: la cultura de masas. Pero la cultura de masas era el terreno de un nuevo monstruo: los oligopolios mediáticos. El cine, la televisión, la publicidad, la música popular... estaban filtrados por sus propios difusores y difícilmente podrían haber llegado a predecir nada, no
digamos a ofrecer algo nuevo. Sólo el cómic y la novela pulp podían generarse y alcanzar una difusión real desde las redes. La naciente Internet les daba además posibilidades increibles: ¡¡Eliminaba los costes de impresión y distribución!! los últimos lazos de dependencia con el mundo industrial. No era casualidad que sólo entre los autores ciberpunk encontrásemos un reflejo de nuestro mundo. Con aquella motivación además no podíamos concebir la literatura ciberpunk más que como un símbolo, una maqueta de un planteamiento ideológico, en palabras de Iñigo Medina, como una suerte de desarrollo orgánico efectivo de ideas politicas. Entendíamos nuestros relatos, como los de Gibson, Sterling o poco después Stephenson y Cadigan, como modelos analógicos, escenarios sociales en los que la plausibilidad del relato servía para mostrar la plausibilidad de la evolución social real hacia tal o cual cosa. Los ciberpunks escribimos muchos relatos aparentemente intrascendentes y ensayos ligeros, sobre todo si los contrastamos con los plumbeos y esotéricos análisis de la progresía intelectual europea. Basta contrastar nuestra enredadera1 con el rizoma de Deleuze y Guattari, o la relación entre el público y nuestras novelas con las de WuMing (un Negri colectivo y pedagógico propio de los días de la Revolución Cultural) para darse cuenta de que nuestra reivindicación de la cultura de masas no tiene nada de la lógica agitprop del bolchevique, el antiglobi o el cristiano comprometido, todos con su solidaridad de intelectual que se acerca al pueblo, sino que es nuestro terreno natural de comprensión y actuación en el mundo... como el de la mayoría de la gente. Pero la inmersión en la ciencia ficción tiene consecuencias.
A mediados de los 90 la revolución Internet empieza a llegar a España. Aparece entonces Ciberpunk.com, como un ezine de ciencia ficción y pensamiento. La omnipresencia del cambio tecnológico en la actualidad relatada por los media, unida a las primeras experiencias profesionales y laborales en la red de miembros del grupo, van transformando y acelerando nuestras vidad cotidianas y con ellas nuestra visión del mundo. Como escribe Gibson, teníamos la sensación de vivir en un perverso experimento de darwinismo social, ideado por un investigador aburrido que mantuviese el dedo permanentemente apretado en el botón de avance rápido. Nuestro carácter de adelantados, que nos va dando cancha social como tecnólogos en un país sin cultura ni tradiciones tecnológicas, nos va llevando a una situación en la que poco a poco el mito del futuro sustituye a la invención del pasado como base para la creación de identidades colectivas. El futuro influye más en el presente que el pasado. El futuro deseado, no el real. Podemos decir que el movimiento ciberpunk, tanto en literatura como en sus aspectos prácticos y políticos ha basado su estrategia en el poder derivado de la aceptación social de su relato del futuro. Convertimos la formas pulp del discurso tecnológico en un instrumento consciente para la elaboración de mitos colectivos.
La tecnología como campo de batalla
De un modo imperceptible, la fusión de vida, trabajo y red, nos llevaba a la fusión de literatura y puntos de vista políticos. Nos tornamos inclasificables desde el punto de vista del eje derechaizquierda, así como en relación con los referentes intelectuales en los que éste se apoya, y sentimos a nuestra vez ajeno y extraño ese eje, un mito inutil más, una cáscara de las muchas que han sobrevivido, vacías, al 89. La clave está en que al construir desde mitos de futuro, la tecnología se nos presenta tan importante para las libertades en el siglo XXI como lo fuera la economía en el veinte o la formación de los estados nacionales en el diecinueve. Algo que a fin de cuentas ya estaba implícito en una de las primeras máximas del grupo (bajo toda arquitectura informacional se oculta una estructura de poder), con la que reflejábamos una idea luminosa que habíamos encontrado en el Ciberpunk americano, que la tecnología no era neutral, que el poder tecnológico en manos de grandes empresas y estados, es decir, de aquellos que monopolizaban el poder económico, mediático y político, podía ser sumamente peligrosa para las libertades individuales. La lógica inicial del grupo, y del ciberpunk en general de la primera mitad de los noventa puede verse bien en la siguiente declaración que inauguraba ciberpunk.com todavía en 1996:
Muchas veces vemos asociados ciberpunk, hacking y criptografía, ésto es porque en realidad hacking y criptografía son dos caras de un mismo movimiento frente a las posibilidades totalitarias de las tecnologías de la información: Si el hacking busca liberar la información (¡¡La información quiere ser libre!!) como forma de minar el poder de su concentración por parte de los grandes grupos de poder, el cifrado y la criptografía protegen al indivíduo de estos mismos poderes en su intento de violar la intimidad para aumentar su poder de control social.
Esta visión, de resistencia, habría de cambiar cuando el movimiento ciberpunk descubra la épica latente bajo el software libre como nueva forma de liberar la información, un nuevo marco en el que la información quiere ser libre pasa a tener un significado completamente nuevo, del asalto a la creación, de la defensa criptográfica al marketing de red, del enroque resistente a la ofensiva social:
La épica soñada de los vaqueros de consola en Neuromante es un callejón sin salida. Sólo cuando el movimiento hacker comience a desarrollar su primera gran propiedad colectiva, GNU Linux, la nueva lógica eclosionará en una nueva forma de propiedad: la licencia GPL, la forma jurídica del software libre. Del asalto a la creación, de la resistencia a la afirmación, la potencia de la info liberada en redes abiertas, seducirá a un mundo previamente conquistado y defendido por los nuevos gigantes del software y los multimedia.
El descubrimiento de la potencia social y económica del software libre nos llevará a una reflexión más profunda: El mundo tiende a organizarse cada vez más al modo de una comunidad de software libre y existe una razón económica profunda para ello: al tener cada día más valor en la producción global los componentes científicos y creativos, la organización de esa producción tiende hacia las formas propias del trabajo académico y artístico, la Academia y la República de las letras.
A lo largo de los capítulos de Como una Enredadera y no como un árbol esbozamos como esos cambios han ido apuntando en los últimos treinta años, produciendo choques con el estado y las grandes corporaciones monopolísticas en cada terreno en el que la tecnología se democratizaba. Desde la criptografía a la música pasando por el hipertexto o la literatura. A esos choques, enfrentamientos políticos, legales y de competencia es a lo que hemos llamado Las Guerras de la Sociedad de la Información. En ellas hemos visto aparecer un nuevo tipo de héroes muy parecidos a los de las novelas ciberpunk (Diffie, Stallman, BernersLee, Kapor, Barlow...), tekis y freakies individualistas y libertarios, y un nuevo tipo de villanos no menos gibsonianos (gobiernos, agencias y grandes corporaciones audiovisuales e informáticas), empeñados en monopolizar las nuevas tecnologías para apuntalar su poder de control sobre el imaginario y la realidad social. Siguiendo un guión que bien podría ser de Gibson o Sterling, la parte central de esas guerras se han dado en un territorio virtual: el ciberespacio, que en su propia estructura representa el ideal de vida cooperativa y libre de la nueva tribu emergente: los netócratas.
Los netócratas representan el modo de vida y las aspiraciones óptimas de una sociedad que se organiza según los principios de una comunidad de software libre o de la academia. Como los burgueses de la Edad Media, viven rodeados en sus ciudades por el viejo mundo y comerciando con él, pero sabiendo que cada intercambio pone una semillita que con el tiempo dinamitará el orden social del entorno: puede que el viejo mundo vea gratis donde ellos ven libre, pero da igual, la gratuidad es sólo un caballo de Troya de la libertad y ellos lo saben y lo usan. Porque la gratuidad es un signo orgulloso de su poder emergente y su diferencia. No hay en el copyleft o en las licencias GNU una renuncia a la propiedad, sino un uso extremadamente radical de ella. Un uso destinado a socavar los principios económicos morales y políticos del capitalismo monopolista desde el más libre de los mercados: Internet.
Hemos visto cómo ese uso radical de la propiedad y las herramientas de mercado tienden a disolver o negar instituciones como el estado nacional o la empresa, teóricamente sólo justificables como violaciones de partida de los modelos de competencia libre y perfecta. Configurando nuevos espacios diversos y reticulares, nuevos escenarios urbanos y profundos cambios en la cotidianeidad. Esta idea de proceso histórico, ajena hasta hace poco al movimiento ciberpunk, nos ha llevado a lo que Iñigo Medina llama un cierto espiritualismo. La valoración de las ideas por si mismas y el reforzamiento del papel de nuestros textos y relatos como origen y reflejo de mitos colectivos. La idea es algo así como: no queremos poder, no queremos ser los que construyan la materialización de esas ideas que están en el aire, queremos influir en las ideas, construir nuestro trocito del nuevo imaginario colectivo... y que cada cual, por si mismo, interprete, malee y moldee sus propios ensayos. Una concepción muy alejada de la lógica piramidal de lo político y sus estructuras de mando, pero a fin de cuentas muy lógico para un grupo que nunca ha dejado de ser un grupo literario.
Libertades y redes
Desde 1999 la influencia de Juan Urrutia es clave en la evolución ideológica del grupo. Juan Urrutia, economista académico y autor, no sólo es el introductor en España de la Economía de la Cultura, sino también de la Teoría de Redes. De sus reflexiones sobre reticularidad, libertad y fraternidad surge una crítica al concepto tradicional, romántico, de libertad. El concepto romántico de libertad está ligado a una forma de vida social en la que sólo el único campo de socialización real es estríctamente físico: la comunidad articulada en un espacio geográfico concreto. Constreñida la expresión por la posibilidad física del castigo, la libertad se antoja algo esencial, profundo. El coste de salida de la comunidad es inmenso y lógicamente el antagonismo entre el individuo y estado/sociedad es algo que atañe a los límites de esa naturaleza esencial. El individuo en este marco es a fin de cuentas una verdadera identidad (por eso se piensa esencial) porque a cada cuerpo sólo corresponde un entorno, una personalidad y una comunidad en la que desarrollarse. Las redes virtuales en cambio, multiplicando los espacios de relación casi a voluntad, sin costes de huida, permiten vivir una dulce esquizofrenía (que luego llamamos polidentidad) en la
que cada uno es muchos porque puede desarrollarse de formas diferentes en otras tantas comunidades simultáneamente. Huir, ser expulsado, no supone un daño a la existencia económica ni física. En ese entorno la libertad es algo no esencial y torturado, sino superficial y gozoso. Libertad es la posibilidad real de cambiar de red y cambiar de ser, de vivir de modo efectivo tantas identidades como facetas tengan nuestros deseos de socialización, comunicación y proposición.
Polidentidad e institucionalización del individuo
Pero la red no multiplica sólo las posibilidades de elección y cohabitación entre identidades colectivas, la polidentidad llega mucho más allá: lleva al máximo un cierto tipo de libertad ligado al desarrollo tecnológico. "Libertad" tiene aquí un significado muy específico: individualización e independencia respecto de las instituciones. La red ofrece, efectivamente, numerosos modos de explotar la identidad individual donde el uso de nicks no es un obstáculo, sino al contrario un incentivo, y también una nueva manera de contrarrestar el peso de las instituciones: no individualizándolas, sino institucionalizando el individuo. Suena retorcido, pero no lo es. Así como la imprenta supuso una descentralización de los focos generadores de opinión, disolviendo progresivamente las universidades como brazos eclesiásticos para transformarlas lentamente en brazos estatales, internet ofrece la posibilidad de hacer lo propio con los centros de poder actuales.
Podemos publicar y llegar a un público afín (construyendo por tanto una identidad) sin tener un periódico, siendo periódico nosotros mismos en la web. Podemos lanzar un programa y hasta un sistema operativo, contar con decenas de colaboradores en todos los ámbitos e incluso llegar a convertirlo en un estándar sin tener una multinacional del software. Podemos abrir un centro de estudios o de documentación sin ser una biblioteca o disponer de una universidad. Podemos editar libros y discos del mismo modo, poner en marcha movilizaciones sociales, modas o identidades... da igual, lo radicalmente nuevo es que no necesitamos de la mediación de las grandes instituciones que hasta ahora habían dominado nuestras vidas. Ser en la red supone poder actuar como muchas instituciones y no sólo como muchas identidades. En el límite somos muchos en uno: identidades e instituciones.
Pluriarquía y netocracia
La institucionalización del individuo redefine por tanto el ser en la red: necesitamos de los demás en otra forma radicalmente diferente. De hecho podríamos definir la red precisamente a partir de esta forma de relación en la que como dicen Alexander Bard y Jan Söderqvist , todo actor individual decide sobre sí mismo, pero carece de la capacidad y de la oportunidad para decidir sobre cualquiera de los demás actores. En este sentido toda red es una red de iguales. En un sistema así la toma de decisiones no es binaria. No es "si" o "no". Es "en mayor o menor medida". Alguien propone y se suma quien quiere. La dimensión de la acción dependerá de las simpatías y grado de acuerdo que suscite la propuesta. Este sistema se llama plurarquía y según los mismos autores hace imposible manterner la noción fundamental de democracia, donde la mayoría decide sobre la minoría cuando se producen diferencias de opinión. Aunque la mayoría no sólo no simpatizara sino que se manifestara en contra, no podría evitar su realización. Con un sistema así es comprensible por qué en las redes no existe "dirección" en el sentido tradicional, pero también por qué inevitablemente surgen en su interior grupos cuyo principal objetivo es dar fluidez al funcionamiento y los flujos de la red. Son grupos especializados en proponer acciones de conjunto y facilitarlas. No suelen estar orientados hacia fuera sino hacia el interior, aunque inevitablemente acaben siendo tomados, desde fuera, por la representación del conjunto de la red o cuando menos como la materialización de la identidad que les define. Estos grupos son los netócratas de cada red, sus líderes en el sentido estricto, pues no pueden tomar decisiones pero juegan con su trayectoria, prestigio e identificación con los valores que aglutinan la red, a la hora de proponer acciones comunes. Es esta forma de organización lo que hace inaprensible el conflicto de red. Al carecer de una estructura estrictamente jerárquica que supervise y comunique, las viejas organizaciones sienten que sus antagonistas son cada vez más inaprensibles. La clave de las redes está en su identidad, en la existencia de un espíritu común que los netócratas modulan a través de mensajes públicos.
El swarming
Nunca la tecnología había sido tan instrumental, tan poco protagonista por si misma como en este nuevo tipo de guerra. Como escribían, ya en los 90, Arquilla y Ronsfeld: La revolución informacional está cambiando la forma en que la gente lucha a lo largo de todo el espectro del conflicto. Lo está haciendo fundamentalmente mediante la mejora de la potencia y capacidad de acción de pequeñas unidades, y favoreciendo la emergencia de formas reticulares de organización, doctrina y estrategia que hacen la vida cada vez más difícil a las grandes y jerárquicas formas tradicionales de organización. La tecnología importa sí, pero supeditada a la forma organizativa que se adopta o desarrolla (...) Hoy la forma emergente de organización es la red.
En este mundo reticular, con una multiplicidad de agentes que actúan autónomamente, coordinándose espontáneamente en la red, el conflicto es "multicanal", se da simultáneamente en muchos frentes, emergiendo del aparente caos un "orden espontáneo" (el "swarming") que resulta letal para los viejos elefantes organizativos. Esta coordinación no requiere en la mayoría de los casos ni siquiera una dirección consciente o una dirección centralizada. Al contrario, como señalaba el propio profesor Arquilla: la identidad de red, la doctrina común es tan importante como la tecnología. La guerra en la sociedad red, la netwar, es una guerra de corso, en la que pequeñas unidades "ya saben lo que tienen que hacer" y saben que tienen que comunicarse entre si no para preparar la acción sino sólo a consecuencia de ella y sobre todo, a través de ella. La definición de los sujetos en conflicto, lo implícito, es más importante en este tipo de enfrentamiento que lo explícito (los planes o estrategias de combate). El swarming es la forma del conflicto en la sociedad red, la forma en que el poder es controlado en el nuevo mundo y al tiempo la forma en que el nuevo mundo logra su traducción de lo virtual a lo material.
Objetivos de Ciberpunk
De todo este modelo social surge el libertarismo ciberpunk: se trata de llevar la libertad ensayada y vivida en las redes virtuales al mundo físico: abrir y desarrollar entornos pluriárquicos y actuar en ellos como una netocracia movilizadora y efectiva. La realidad social española en la que Ciberpunk ha crecido durante los últimos años, como la de la mayoría de los países mediterráneos y de América Latina es la de un país organizado en cuadrillas. Las cuadrillas son pequeños grupos constituidos no desde la afinidad ideológica, sino sobre la coincidencia biográficogeográfica y la fidelidad personal. Un tipo de grupo heterogéneo y conservador, absorbente, que al ser el único existente configura un país donde las ideas sólo pueden difundirse y alcanzar dimensión social desde los aparatos de comunicación de masas y el control institucional del territorio. En la hora de la sociedad red aún no existen redes sociales que sobrepasen el equivalente de un burgo medieval virtualizado. El mundo virtual no es una alternativa más que en simiente, una Hansa digital. No existen comunidades reales ni underground. No hay sociedad civil reticular. No hay camino para abrir un debate social o influir en alguno existente que no pase por los oligopolios mediáticos o por grandes crisis políticas. Hasta hoy sólo los momentos de quiebra social y política, en los que la vieja estructura de relaciones se ve definitivamente desbordada por las necesidades del nuevo mundo, han propiciado el salto de la cuadrilla a la red, el swarming ha estado hasta ahora, ligado al cambio político: la caída de Estrada en 2001 en Filipinas, la de de la Rúa en Argentina en 2002 y la de Aznar en España el 13 de marzo del 2003 han sido sus momentos álgidos. Prestar herramientas, mitos y discursos al nacimiento de redes sociales de todo tipo es la precondición para poder hablar seriamente de las nuevas libertades. Porque si hubiera que hacer una apuesta aquí y ahora, sería cambiar el mundo cerrado de cuadrillas en el que viven nuestros países por un mundo de países red definitivamente abiertos. Por eso, el centro de interés político para los ciberpunks no está en los territorios, sino en las ciudades: hoy necesitamos una Venecia, una potencia red que sirva de ejemplo del mundo que se abre. Lo que es muy coherente con la experiencia de las redes virtuales. Experiencia que se traduce también en una renuncia a los mitos de la tierra y la naturaleza como esenciales, como configuradores de lo Humano. Rechazamos el gusto romántico por lo nacional y lo sustituimos por una defensa de lo urbano incompatible con el cuento de la autenticidad rural. Lo que a su vez hace ver con placer el pragmatismo ciudadano de las redes de ciudades frente a la administración realizada en nombre de la voluntad mística de los territorios y sus esencias históricas. El ciberpunk tal y como se ha desarrollado a partir del grupo español es el resultado del tiempo histórico nacido en el 89. Un producto del nacimiento de la sociedad red. El choque de las tecnologías de la información visto desde la matriz de una serie de biografías más o menos sincronizadas que absorbían el mundo desde la cultura de masas y escribían novelitas pulp. No hacemos grandes distingos entre planteamientos estéticos, políticos y tecnológicos. Todo va junto porque todo se vive en pack. Nosotros que crecimos entre los mitos de los burócratas nos descubrimos, tras quince años, bardos y protagonistas de los nuevos mitos de la netocracia.
Documento Larnaka, ponencia identidad para la Asamblea Ciberpunk 2005
De la caída del Muro al 11M: 15 años de ciberpunk español
1989, en los días de la caída del Muro, Berlín es el centro del mundo. Un gran sumidero por que el que desaparecerán bajo los cascotes 40 años de Guerra Fría, símbolos y miseria. A poca distancia del Muro, en las zonas alternativas de aquel cogollito bullente, teníamos nuestra primera conexión a Internet. Disfrutábamos por primera vez la sensación de las redes, esa nueva libertad que convertía en real aquellos juegos de rol de los que éramos practicantes habituales. Redes de personas, (los ordenadores en Internet son herramientas no sujetos), que no respetaban aquellas rígidas fronteras físicas, ideológicas y sociales que a pocos metros de nosotros caían a pedazos. Ninguna ideología tradicional había predicho aquello, nada lo explicaba. Había que vaciar la biblioteca y comenzar de cero. Buscar nuevos referentes que valieran en cualquier parte del mundo, que reconocieran sus propias limitaciones para entenderlo. Lo único entonces, que se acercaba siquiera a retratar el nuevo mundo que se estaba formando era una nueva literatura que venía del otro lado del Atlántico: el ciberpunk. Ciencia ficción que retrataba aquel mundo a medio cocer que se formaba ante nuestros ojos y en el que el futuro, los futuros en los que nos habían educado la mirada, desde el socialismo a la guerra nuclear quedaban atrás como trastos viejos.
Cultura de masas vs cultura documental
Si la alta cultura, la buena, aquella en la que nos habían educado y habíamos estudiado con devoción de estudiante de madrasa, no se había enterado de por dónde iba el aire, lo primero que teníamos que hacer era entender por qué. La música, el teatro, la novela que entonces veíamos como gran cultura no tenían una influencia real en el consumo o la cotidianidad del mundo desde principios de siglo. Era un territorio de críticos y élites que compraban con la obra la pertenencia a un grupo de prestigio. En artes plásticas, seguramente las más avanzadas en este proceso de separación de la realidad, los críticos y los mercados valoraban las obras no como objetos de consumo que reportaran más o menos placer, sino por su futura influencia sobre las futuras vanguardias, es decir, como documentos de una evolución artística que no tenía nada que ver con la evolución real del mundo. El mercado plástico se había convertido en un mercado de futuros sobre antigüedades y al hacerlo había convertido en antigüedades prematuras a todas sus creaciones. Todo el pensamiento ligado a esas formas artísticas, toda la gran cultura europea no podía servir para entender algo diferente a su propio aislamiento. ¿Dónde mirar?
La alternativa era obvia: la cultura de masas. Pero la cultura de masas era el terreno de un nuevo monstruo: los oligopolios mediáticos. El cine, la televisión, la publicidad, la música popular... estaban filtrados por sus propios difusores y difícilmente podrían haber llegado a predecir nada, no
digamos a ofrecer algo nuevo. Sólo el cómic y la novela pulp podían generarse y alcanzar una difusión real desde las redes. La naciente Internet les daba además posibilidades increibles: ¡¡Eliminaba los costes de impresión y distribución!! los últimos lazos de dependencia con el mundo industrial. No era casualidad que sólo entre los autores ciberpunk encontrásemos un reflejo de nuestro mundo. Con aquella motivación además no podíamos concebir la literatura ciberpunk más que como un símbolo, una maqueta de un planteamiento ideológico, en palabras de Iñigo Medina, como una suerte de desarrollo orgánico efectivo de ideas politicas. Entendíamos nuestros relatos, como los de Gibson, Sterling o poco después Stephenson y Cadigan, como modelos analógicos, escenarios sociales en los que la plausibilidad del relato servía para mostrar la plausibilidad de la evolución social real hacia tal o cual cosa. Los ciberpunks escribimos muchos relatos aparentemente intrascendentes y ensayos ligeros, sobre todo si los contrastamos con los plumbeos y esotéricos análisis de la progresía intelectual europea. Basta contrastar nuestra enredadera1 con el rizoma de Deleuze y Guattari, o la relación entre el público y nuestras novelas con las de WuMing (un Negri colectivo y pedagógico propio de los días de la Revolución Cultural) para darse cuenta de que nuestra reivindicación de la cultura de masas no tiene nada de la lógica agitprop del bolchevique, el antiglobi o el cristiano comprometido, todos con su solidaridad de intelectual que se acerca al pueblo, sino que es nuestro terreno natural de comprensión y actuación en el mundo... como el de la mayoría de la gente. Pero la inmersión en la ciencia ficción tiene consecuencias.
A mediados de los 90 la revolución Internet empieza a llegar a España. Aparece entonces Ciberpunk.com, como un ezine de ciencia ficción y pensamiento. La omnipresencia del cambio tecnológico en la actualidad relatada por los media, unida a las primeras experiencias profesionales y laborales en la red de miembros del grupo, van transformando y acelerando nuestras vidad cotidianas y con ellas nuestra visión del mundo. Como escribe Gibson, teníamos la sensación de vivir en un perverso experimento de darwinismo social, ideado por un investigador aburrido que mantuviese el dedo permanentemente apretado en el botón de avance rápido. Nuestro carácter de adelantados, que nos va dando cancha social como tecnólogos en un país sin cultura ni tradiciones tecnológicas, nos va llevando a una situación en la que poco a poco el mito del futuro sustituye a la invención del pasado como base para la creación de identidades colectivas. El futuro influye más en el presente que el pasado. El futuro deseado, no el real. Podemos decir que el movimiento ciberpunk, tanto en literatura como en sus aspectos prácticos y políticos ha basado su estrategia en el poder derivado de la aceptación social de su relato del futuro. Convertimos la formas pulp del discurso tecnológico en un instrumento consciente para la elaboración de mitos colectivos.
La tecnología como campo de batalla
De un modo imperceptible, la fusión de vida, trabajo y red, nos llevaba a la fusión de literatura y puntos de vista políticos. Nos tornamos inclasificables desde el punto de vista del eje derechaizquierda, así como en relación con los referentes intelectuales en los que éste se apoya, y sentimos a nuestra vez ajeno y extraño ese eje, un mito inutil más, una cáscara de las muchas que han sobrevivido, vacías, al 89. La clave está en que al construir desde mitos de futuro, la tecnología se nos presenta tan importante para las libertades en el siglo XXI como lo fuera la economía en el veinte o la formación de los estados nacionales en el diecinueve. Algo que a fin de cuentas ya estaba implícito en una de las primeras máximas del grupo (bajo toda arquitectura informacional se oculta una estructura de poder), con la que reflejábamos una idea luminosa que habíamos encontrado en el Ciberpunk americano, que la tecnología no era neutral, que el poder tecnológico en manos de grandes empresas y estados, es decir, de aquellos que monopolizaban el poder económico, mediático y político, podía ser sumamente peligrosa para las libertades individuales. La lógica inicial del grupo, y del ciberpunk en general de la primera mitad de los noventa puede verse bien en la siguiente declaración que inauguraba ciberpunk.com todavía en 1996:
Muchas veces vemos asociados ciberpunk, hacking y criptografía, ésto es porque en realidad hacking y criptografía son dos caras de un mismo movimiento frente a las posibilidades totalitarias de las tecnologías de la información: Si el hacking busca liberar la información (¡¡La información quiere ser libre!!) como forma de minar el poder de su concentración por parte de los grandes grupos de poder, el cifrado y la criptografía protegen al indivíduo de estos mismos poderes en su intento de violar la intimidad para aumentar su poder de control social.
Esta visión, de resistencia, habría de cambiar cuando el movimiento ciberpunk descubra la épica latente bajo el software libre como nueva forma de liberar la información, un nuevo marco en el que la información quiere ser libre pasa a tener un significado completamente nuevo, del asalto a la creación, de la defensa criptográfica al marketing de red, del enroque resistente a la ofensiva social:
La épica soñada de los vaqueros de consola en Neuromante es un callejón sin salida. Sólo cuando el movimiento hacker comience a desarrollar su primera gran propiedad colectiva, GNU Linux, la nueva lógica eclosionará en una nueva forma de propiedad: la licencia GPL, la forma jurídica del software libre. Del asalto a la creación, de la resistencia a la afirmación, la potencia de la info liberada en redes abiertas, seducirá a un mundo previamente conquistado y defendido por los nuevos gigantes del software y los multimedia.
El descubrimiento de la potencia social y económica del software libre nos llevará a una reflexión más profunda: El mundo tiende a organizarse cada vez más al modo de una comunidad de software libre y existe una razón económica profunda para ello: al tener cada día más valor en la producción global los componentes científicos y creativos, la organización de esa producción tiende hacia las formas propias del trabajo académico y artístico, la Academia y la República de las letras.
A lo largo de los capítulos de Como una Enredadera y no como un árbol esbozamos como esos cambios han ido apuntando en los últimos treinta años, produciendo choques con el estado y las grandes corporaciones monopolísticas en cada terreno en el que la tecnología se democratizaba. Desde la criptografía a la música pasando por el hipertexto o la literatura. A esos choques, enfrentamientos políticos, legales y de competencia es a lo que hemos llamado Las Guerras de la Sociedad de la Información. En ellas hemos visto aparecer un nuevo tipo de héroes muy parecidos a los de las novelas ciberpunk (Diffie, Stallman, BernersLee, Kapor, Barlow...), tekis y freakies individualistas y libertarios, y un nuevo tipo de villanos no menos gibsonianos (gobiernos, agencias y grandes corporaciones audiovisuales e informáticas), empeñados en monopolizar las nuevas tecnologías para apuntalar su poder de control sobre el imaginario y la realidad social. Siguiendo un guión que bien podría ser de Gibson o Sterling, la parte central de esas guerras se han dado en un territorio virtual: el ciberespacio, que en su propia estructura representa el ideal de vida cooperativa y libre de la nueva tribu emergente: los netócratas.
Los netócratas representan el modo de vida y las aspiraciones óptimas de una sociedad que se organiza según los principios de una comunidad de software libre o de la academia. Como los burgueses de la Edad Media, viven rodeados en sus ciudades por el viejo mundo y comerciando con él, pero sabiendo que cada intercambio pone una semillita que con el tiempo dinamitará el orden social del entorno: puede que el viejo mundo vea gratis donde ellos ven libre, pero da igual, la gratuidad es sólo un caballo de Troya de la libertad y ellos lo saben y lo usan. Porque la gratuidad es un signo orgulloso de su poder emergente y su diferencia. No hay en el copyleft o en las licencias GNU una renuncia a la propiedad, sino un uso extremadamente radical de ella. Un uso destinado a socavar los principios económicos morales y políticos del capitalismo monopolista desde el más libre de los mercados: Internet.
Hemos visto cómo ese uso radical de la propiedad y las herramientas de mercado tienden a disolver o negar instituciones como el estado nacional o la empresa, teóricamente sólo justificables como violaciones de partida de los modelos de competencia libre y perfecta. Configurando nuevos espacios diversos y reticulares, nuevos escenarios urbanos y profundos cambios en la cotidianeidad. Esta idea de proceso histórico, ajena hasta hace poco al movimiento ciberpunk, nos ha llevado a lo que Iñigo Medina llama un cierto espiritualismo. La valoración de las ideas por si mismas y el reforzamiento del papel de nuestros textos y relatos como origen y reflejo de mitos colectivos. La idea es algo así como: no queremos poder, no queremos ser los que construyan la materialización de esas ideas que están en el aire, queremos influir en las ideas, construir nuestro trocito del nuevo imaginario colectivo... y que cada cual, por si mismo, interprete, malee y moldee sus propios ensayos. Una concepción muy alejada de la lógica piramidal de lo político y sus estructuras de mando, pero a fin de cuentas muy lógico para un grupo que nunca ha dejado de ser un grupo literario.
Libertades y redes
Desde 1999 la influencia de Juan Urrutia es clave en la evolución ideológica del grupo. Juan Urrutia, economista académico y autor, no sólo es el introductor en España de la Economía de la Cultura, sino también de la Teoría de Redes. De sus reflexiones sobre reticularidad, libertad y fraternidad surge una crítica al concepto tradicional, romántico, de libertad. El concepto romántico de libertad está ligado a una forma de vida social en la que sólo el único campo de socialización real es estríctamente físico: la comunidad articulada en un espacio geográfico concreto. Constreñida la expresión por la posibilidad física del castigo, la libertad se antoja algo esencial, profundo. El coste de salida de la comunidad es inmenso y lógicamente el antagonismo entre el individuo y estado/sociedad es algo que atañe a los límites de esa naturaleza esencial. El individuo en este marco es a fin de cuentas una verdadera identidad (por eso se piensa esencial) porque a cada cuerpo sólo corresponde un entorno, una personalidad y una comunidad en la que desarrollarse. Las redes virtuales en cambio, multiplicando los espacios de relación casi a voluntad, sin costes de huida, permiten vivir una dulce esquizofrenía (que luego llamamos polidentidad) en la
que cada uno es muchos porque puede desarrollarse de formas diferentes en otras tantas comunidades simultáneamente. Huir, ser expulsado, no supone un daño a la existencia económica ni física. En ese entorno la libertad es algo no esencial y torturado, sino superficial y gozoso. Libertad es la posibilidad real de cambiar de red y cambiar de ser, de vivir de modo efectivo tantas identidades como facetas tengan nuestros deseos de socialización, comunicación y proposición.
Polidentidad e institucionalización del individuo
Pero la red no multiplica sólo las posibilidades de elección y cohabitación entre identidades colectivas, la polidentidad llega mucho más allá: lleva al máximo un cierto tipo de libertad ligado al desarrollo tecnológico. "Libertad" tiene aquí un significado muy específico: individualización e independencia respecto de las instituciones. La red ofrece, efectivamente, numerosos modos de explotar la identidad individual donde el uso de nicks no es un obstáculo, sino al contrario un incentivo, y también una nueva manera de contrarrestar el peso de las instituciones: no individualizándolas, sino institucionalizando el individuo. Suena retorcido, pero no lo es. Así como la imprenta supuso una descentralización de los focos generadores de opinión, disolviendo progresivamente las universidades como brazos eclesiásticos para transformarlas lentamente en brazos estatales, internet ofrece la posibilidad de hacer lo propio con los centros de poder actuales.
Podemos publicar y llegar a un público afín (construyendo por tanto una identidad) sin tener un periódico, siendo periódico nosotros mismos en la web. Podemos lanzar un programa y hasta un sistema operativo, contar con decenas de colaboradores en todos los ámbitos e incluso llegar a convertirlo en un estándar sin tener una multinacional del software. Podemos abrir un centro de estudios o de documentación sin ser una biblioteca o disponer de una universidad. Podemos editar libros y discos del mismo modo, poner en marcha movilizaciones sociales, modas o identidades... da igual, lo radicalmente nuevo es que no necesitamos de la mediación de las grandes instituciones que hasta ahora habían dominado nuestras vidas. Ser en la red supone poder actuar como muchas instituciones y no sólo como muchas identidades. En el límite somos muchos en uno: identidades e instituciones.
Pluriarquía y netocracia
La institucionalización del individuo redefine por tanto el ser en la red: necesitamos de los demás en otra forma radicalmente diferente. De hecho podríamos definir la red precisamente a partir de esta forma de relación en la que como dicen Alexander Bard y Jan Söderqvist , todo actor individual decide sobre sí mismo, pero carece de la capacidad y de la oportunidad para decidir sobre cualquiera de los demás actores. En este sentido toda red es una red de iguales. En un sistema así la toma de decisiones no es binaria. No es "si" o "no". Es "en mayor o menor medida". Alguien propone y se suma quien quiere. La dimensión de la acción dependerá de las simpatías y grado de acuerdo que suscite la propuesta. Este sistema se llama plurarquía y según los mismos autores hace imposible manterner la noción fundamental de democracia, donde la mayoría decide sobre la minoría cuando se producen diferencias de opinión. Aunque la mayoría no sólo no simpatizara sino que se manifestara en contra, no podría evitar su realización. Con un sistema así es comprensible por qué en las redes no existe "dirección" en el sentido tradicional, pero también por qué inevitablemente surgen en su interior grupos cuyo principal objetivo es dar fluidez al funcionamiento y los flujos de la red. Son grupos especializados en proponer acciones de conjunto y facilitarlas. No suelen estar orientados hacia fuera sino hacia el interior, aunque inevitablemente acaben siendo tomados, desde fuera, por la representación del conjunto de la red o cuando menos como la materialización de la identidad que les define. Estos grupos son los netócratas de cada red, sus líderes en el sentido estricto, pues no pueden tomar decisiones pero juegan con su trayectoria, prestigio e identificación con los valores que aglutinan la red, a la hora de proponer acciones comunes. Es esta forma de organización lo que hace inaprensible el conflicto de red. Al carecer de una estructura estrictamente jerárquica que supervise y comunique, las viejas organizaciones sienten que sus antagonistas son cada vez más inaprensibles. La clave de las redes está en su identidad, en la existencia de un espíritu común que los netócratas modulan a través de mensajes públicos.
El swarming
Nunca la tecnología había sido tan instrumental, tan poco protagonista por si misma como en este nuevo tipo de guerra. Como escribían, ya en los 90, Arquilla y Ronsfeld: La revolución informacional está cambiando la forma en que la gente lucha a lo largo de todo el espectro del conflicto. Lo está haciendo fundamentalmente mediante la mejora de la potencia y capacidad de acción de pequeñas unidades, y favoreciendo la emergencia de formas reticulares de organización, doctrina y estrategia que hacen la vida cada vez más difícil a las grandes y jerárquicas formas tradicionales de organización. La tecnología importa sí, pero supeditada a la forma organizativa que se adopta o desarrolla (...) Hoy la forma emergente de organización es la red.
En este mundo reticular, con una multiplicidad de agentes que actúan autónomamente, coordinándose espontáneamente en la red, el conflicto es "multicanal", se da simultáneamente en muchos frentes, emergiendo del aparente caos un "orden espontáneo" (el "swarming") que resulta letal para los viejos elefantes organizativos. Esta coordinación no requiere en la mayoría de los casos ni siquiera una dirección consciente o una dirección centralizada. Al contrario, como señalaba el propio profesor Arquilla: la identidad de red, la doctrina común es tan importante como la tecnología. La guerra en la sociedad red, la netwar, es una guerra de corso, en la que pequeñas unidades "ya saben lo que tienen que hacer" y saben que tienen que comunicarse entre si no para preparar la acción sino sólo a consecuencia de ella y sobre todo, a través de ella. La definición de los sujetos en conflicto, lo implícito, es más importante en este tipo de enfrentamiento que lo explícito (los planes o estrategias de combate). El swarming es la forma del conflicto en la sociedad red, la forma en que el poder es controlado en el nuevo mundo y al tiempo la forma en que el nuevo mundo logra su traducción de lo virtual a lo material.
Objetivos de Ciberpunk
De todo este modelo social surge el libertarismo ciberpunk: se trata de llevar la libertad ensayada y vivida en las redes virtuales al mundo físico: abrir y desarrollar entornos pluriárquicos y actuar en ellos como una netocracia movilizadora y efectiva. La realidad social española en la que Ciberpunk ha crecido durante los últimos años, como la de la mayoría de los países mediterráneos y de América Latina es la de un país organizado en cuadrillas. Las cuadrillas son pequeños grupos constituidos no desde la afinidad ideológica, sino sobre la coincidencia biográficogeográfica y la fidelidad personal. Un tipo de grupo heterogéneo y conservador, absorbente, que al ser el único existente configura un país donde las ideas sólo pueden difundirse y alcanzar dimensión social desde los aparatos de comunicación de masas y el control institucional del territorio. En la hora de la sociedad red aún no existen redes sociales que sobrepasen el equivalente de un burgo medieval virtualizado. El mundo virtual no es una alternativa más que en simiente, una Hansa digital. No existen comunidades reales ni underground. No hay sociedad civil reticular. No hay camino para abrir un debate social o influir en alguno existente que no pase por los oligopolios mediáticos o por grandes crisis políticas. Hasta hoy sólo los momentos de quiebra social y política, en los que la vieja estructura de relaciones se ve definitivamente desbordada por las necesidades del nuevo mundo, han propiciado el salto de la cuadrilla a la red, el swarming ha estado hasta ahora, ligado al cambio político: la caída de Estrada en 2001 en Filipinas, la de de la Rúa en Argentina en 2002 y la de Aznar en España el 13 de marzo del 2003 han sido sus momentos álgidos. Prestar herramientas, mitos y discursos al nacimiento de redes sociales de todo tipo es la precondición para poder hablar seriamente de las nuevas libertades. Porque si hubiera que hacer una apuesta aquí y ahora, sería cambiar el mundo cerrado de cuadrillas en el que viven nuestros países por un mundo de países red definitivamente abiertos. Por eso, el centro de interés político para los ciberpunks no está en los territorios, sino en las ciudades: hoy necesitamos una Venecia, una potencia red que sirva de ejemplo del mundo que se abre. Lo que es muy coherente con la experiencia de las redes virtuales. Experiencia que se traduce también en una renuncia a los mitos de la tierra y la naturaleza como esenciales, como configuradores de lo Humano. Rechazamos el gusto romántico por lo nacional y lo sustituimos por una defensa de lo urbano incompatible con el cuento de la autenticidad rural. Lo que a su vez hace ver con placer el pragmatismo ciudadano de las redes de ciudades frente a la administración realizada en nombre de la voluntad mística de los territorios y sus esencias históricas. El ciberpunk tal y como se ha desarrollado a partir del grupo español es el resultado del tiempo histórico nacido en el 89. Un producto del nacimiento de la sociedad red. El choque de las tecnologías de la información visto desde la matriz de una serie de biografías más o menos sincronizadas que absorbían el mundo desde la cultura de masas y escribían novelitas pulp. No hacemos grandes distingos entre planteamientos estéticos, políticos y tecnológicos. Todo va junto porque todo se vive en pack. Nosotros que crecimos entre los mitos de los burócratas nos descubrimos, tras quince años, bardos y protagonistas de los nuevos mitos de la netocracia.
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rodrigo araya -
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